lunes, 21 de junio de 2010

"Generación Y"

Tengo tanto que decir sobre la generación a la que pertenezco que no se cómo soltarlo. Ya hace tiempo que quería dedicar unas líneas a esta cuestión ya que yo, como muchos, me siento agredida con la forma en que los jóvenes de mi generación hemos sido mirados por la sociedad.

Se ha denominado “Generación Y” a las personas que como yo, nacimos entre los años 1982 y 1992. Otros nombres con los que se han referido a esta generación son: “Generación milenio” “Generación @” “Generación Ipod”, “Generación yo”, etc.

Nosotros, la “Generación Y”, hemos crecido empachados de escuchar, día tras día lo fácil que hemos tenido siempre todo. Para muchos sociólogos como Jean Twenge (autora del libro “Generación yo, por qué los jóvenes hoy son más seguros de sí mismos, enérgicos, e infelices que nunca ) las personas que pertenecemos a la “Generación Y” somos “jóvenes muy seguros de nosotros mismos, narcisistas, mimados, consentidos, hedonistas”….Sólo somos solidarios por interés, tenemos necesidad de comunicarnos, (sí, en esta si estoy muy de acuerdo), somos ídolos sin talento que, por otro lado, hemos sido capaces de desarrollar nuestro lado creativo gracias a la televisión como firme compañera, el desarrollo de los videojuegos”, etc. No sigo, porque si por fin había conseguido que alguien perteneciente a mi generación me leyese, sentirá la necesidad de echarse a llorar con estas palabras, y mi intención no es deprimir a nadie.

La sociología es la ciencia de la generalización. Yo siempre he odiado las generalizaciones, pero entiendo que es necesario estudiar los cambios que acontecen en nuestra sociedad, y para ello se ve que “no hay más tu tía” que hacerlo de este modo. Y para gustos y opiniones los colores, yo tengo la mía, y he de decir que siempre me ha irritado mucho cómo la sociología ha tratado a esta generación.

Según un estudio de la universidad de San Diego, los pertenecientes a la “generación y” o “generación yo” somos unos “egocéntricos que nos miramos el ombligo en internet”. ¡Guau! Cómo defenderme ante este ataque, poseyendo un blog en el que disfruto y expulso adrenalina hablando de cuanto quiero a cualquiera que quiera entrar y leerlo. Que estamos obsesionados con las redes sociales, sí, lo acepto, ya no podemos vivir sin ellas, tampoco sin Youtube, sin teléfono móvil, y sin wifi. Pero si estos productos han sido creados, supongamos que alguien vio, detrás de tanta bazofia, algún fin positivo en ellos. Hablando en primera persona, puedo decir que a mí, crecer rodeada de tanto medio de comunicación me ha servido para descubrir mi vocación. Me apasiona. Ya lo he comentado antes, tengo una dilatada necesidad comunicativa.

En mi opinión, es algo más que prodigioso que yo esté ahora mismo escribiendo desde Alicante, y, tras publicar esta entrada, en sólo un segundo, alguien desde el otro lado de este planeta, pueda expresar su opinión dejando su comentario. Es genial que podamos interactuar juntos, aún sabiendo que lo más probable es que nunca vayamos a encontrarnos físicamente. Me entusiasma existir de algún modo en el ciberespacio y que la sociedad pueda escuchar mis protestas, porque, pese a que se nos ha tachado de ser una generación pasiva y narcotizada ante los excesivos efectos negativos de los medios de comunicación, yo, perteneciente a esta “generación peste” como podrían haberla denominado para dejarnos de hipocresías, creo que los jóvenes de hoy, a nuestros veintipocos o veintitantos, tenemos mucho que hacer por el mundo en que vivimos.

Si bien es cierto que hemos tenido la suerte de crecer en una economía mucho más estable que nuestros padres, también hemos tenido la desdicha de ver cómo, tras nuestra adolescencia, esa sociedad tan próspera y estable que nos ha criado, se desmorona poco a poco ofreciéndonos cada vez un abanico más limitado de oportunidades. Nuestros padres crecieron en una dictadura en la que la libertad de expresión no existía. Para muchos, esa libertad de expresión que tanto mima nuestra actual constitución, no es valorada por los jóvenes de hoy. Además, tampoco tenemos derecho de hablar de política, porque "no apreciamos ni siquiera la suerte que tenemos de poder ejercer nuestro derecho al voto". “¡Qué fácil que es nuestra vida y qué narcisistas somos que no pensamos más que en nosotros mismos!”

¿Y no será que todas estas barreras nos las ha ido poniendo la sociedad por miedo al cambio? Odio que se intente enmudecer las bocas de los jóvenes. Odio que los que tienen el poder no escuchen a nadie porque se crean mucho más preparados para tomar decisiones que el resto. Odio que nos odien por haber tenido una infancia feliz, y odio que se asegure que somos unos adultos infelices. No es así. Sí que es cierto que muchos jóvenes no se atreven a expresarse porque nunca se nos ha querido escuchar. Tenemos miedo al rechazo quizás por haber gozado de todas las atenciones durante nuestra niñez, pero este es nuestro momento. Nuestros padres eran adultos con menos de veinte años, pero, para ellos, seguimos siendo unos niños a los treinta. Unos críos que no saben qué es lo que más les conviene, y que tampoco pueden afrontar lo que se les viene encima en estos tiempos tan difíciles.

Muchos jóvenes de mi generación hemos tenido la gran suerte de poder elegir hacia dónde enfocar nuestra existencia. Para ello, hemos pasado media vida entre libros, formándonos para poder enfrentarnos a un futuro. Cuando por fin cerramos nuestra etapa escolástica empieza nuestra desilusión .Las generaciones que nos preceden, que han visto como nuestro estado de bienestar prosperaba a un ritmo descomunal, han agujereado poco a poco la esfera de nuestra economía sin apenas darse cuenta. Desde hace años, se han empleado todo tipo de picarescas con el objetivo de engañar a la sociedad para enriquecerse uno más. Ahora lo pagamos todos, y más especialmente, los que pertenecemos a la “Generación Y” que soñábamos con acabar nuestras carreras para dedicarnos a aquello que nos gusta y gozar de un nivel de vida similar al que hemos visto desde niños. Nos hemos encontrado con un mundo que no quiere aceptar nuestros ofrecimientos, un mundo que no nos necesita porque ahora, con tanto agujero, sobra mucha gente en él.

Ahora yo les pregunto a tantos sociólogos que nos han tachado de ser “comodones, pasivos, hedonistas, mimados y consentidos”, qué clase de privilegio hemos tenido al crecer con tantas comodidades, cuando nuestros padres no se han preocupado de equilibrar el sistema para que pudiésemos continuar su desarrollo. La avaricia ha vuelto a romper el saco, y ahora nos toca coserlo a los jóvenes de mi generación. Apenas tenemos oportunidad de sacarnos una oposición, porque antes están quienes más puntos han ido adquiriendo cómodamente con el paso de los años. Pese a estar mejor cualificados, sabiendo idiomas, siendo nativos informáticos, poseyendo licenciaturas y másteres, no hay un hueco para nosotros en el mercado laboral. No se premia la valía, si no el ser “hijo o vecino de”. La sociedad está sorda, y no oye los gritos de una generación recién sacada del horno que nos ha formado, una generación que puede ofrecer mucho más de lo que se espera de ella. La sociedad no quiere escucharnos, pero no somos entes pasivos; Es la hora de demostrar que sí, es cierto que hemos gozado de una feliz infancia, pero eso no implica que seamos unos consentidos incapaces de hacernos valer por nosotros mismos. Nosotros saldremos adelante de la manera que podamos, arreglaremos esos agujeros que vosotros habéis creado. Si nos dejáis, claro. Es la hora de vociferar que codiciamos estar presentes en la reconstrucción de este panorama tan gris al que asistimos. No somos tan ególatras como se cree, tampoco pasamos las horas auto admirándonos, y estamos ya hartos de que nuestras bocas sean incesantemente silenciadas. Es la hora de tomar el relevo y dejar la inacción a un lado. Esperemos que el querer se convierta en poder.

----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Un rey fue hasta su jardín y descubrió que sus árboles, arbustos y flores se estaban muriendo.

El Roble le dijo que se moría porque no podía ser tan alto como el Pino.

Volviéndose al Pino, lo halló caído porque no podía dar uvas como la Vid. Y la Vid se moría porque no podía florecer como la Rosa.

La Rosa lloraba porque no podía ser alta y sólida como el Roble. Entonces encontró una planta, una fresia, floreciendo y más fresca que nunca.

El rey preguntó:

¿Cómo es que creces saludable en medio de este jardín mustio y sombrío?

No lo sé. Quizás sea porque siempre supuse que cuando me plantaste, querías fresias. Si hubieras querido un Roble o una Rosa, los habrías plantado. En aquel momento me dije: "Intentaré ser Fresia de la mejor manera que pueda".

Ahora es tu turno. Estás aquí para contribuir con tu fragancia. Simplemente mirate a vos mismo.

No hay posibilidad de que seas otra persona.

Podes disfrutarlo y florecer regado con tu propio amor por vos, o podes marchitarte en tu propia condena...

Jorge Bucay.


No hay comentarios:

Publicar un comentario